Hay un punto en el crecimiento de toda empresa donde el problema ya no es la falta de tiempo, sino el exceso de control.
Lo veo a menudo en pymes: quien lidera se vuelve el cuello de botella del negocio, convencido de que cada decisión pasa por sus manos “para que salga bien”. Pero lo que en los inicios fue compromiso, con el tiempo se convierte en límite.
Hace poco, en una mentoría, acompañé a una persona dueña de una empresa de vestimenta que se reconocía agotada. Todo pasaba por su escritorio: desde la selección de telas hasta la decisión de si valía la pena abrir el local los sábados. “Si no lo reviso yo, después tengo que arreglarlo igual”, me dijo. Una frase que escuché demasiadas veces.
La paradoja es que mientras más decisiones concentra una persona, más se aleja de su rol estratégico. Y eso tiene un costo: la empresa se vuelve dependiente, el equipo pierde iniciativa y la dirección se transforma en una especie de “central de aprobaciones urgentes”.
Cuando esto ocurre, no alcanza con decir “hay que delegar más”. La pregunta real es qué delegar y cómo hacerlo sin perder el rumbo. Para eso, propongo hacerse las siguientes preguntas:
¿Quién está más cerca de la acción y ve algo que yo no veo?
Las personas que están todos los días en el terreno suelen tener una mirada más precisa de lo que pasa. A veces la mejor decisión está en quien escucha al cliente, no en quien mira el Excel.
¿Es una decisión que ya tomamos antes y podríamos sistematizar?
Si algo se repite, probablemente pueda resolverse con un proceso claro. Delegar no siempre es soltar: muchas veces es construir estructura para no decidir lo mismo una y otra vez.
¿Qué mirada podría mejorar esta decisión más que la mía propia?
Confiar en la perspectiva ajena no debilita el liderazgo, lo amplía. Cuando alguien tiene una experiencia distinta —más técnica, más cercana o fresca—, incorporar esa visión fortalece el resultado.
¿Qué tema sigue en pausa solo porque nadie quiso asumirlo?
El problema no es la falta de ideas, sino la falta de responsabilidad distribuida. Cuando todo depende del visto bueno de una sola persona, el negocio pierde agilidad. Autorizar a otros a decidir es la mejor forma de que las cosas sucedan a tiempo.
Y si después de responder estas preguntas todavía cuesta soltar, hay otras tres que ayudan a mirar hacia adentro:
¿Por qué siento que solo yo puedo decidir esto?
¿Quién crecería si asumiera esta decisión y su resultado?
¿Puedo definir qué debe cumplirse para que funcione, sin hacerlo yo?
Responderlas exige honestidad, pero también valentía. Delegar implica aceptar que el control absoluto es una ilusión. Lo que realmente sostiene a una empresa no es la omnipresencia de quien la dirige, sino la madurez de un equipo capaz de avanzar sin esperar instrucciones.
Cuando la persona que dirige logra soltar las decisiones correctas, algo cambia: el equipo empieza a pensar, a proponer, a decidir. Y el liderazgo deja de ser un peso para convertirse en un multiplicador.
Porque al final, liderar no es tener todas las respuestas. Es hacer las preguntas que permitan que otros las encuentren.